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Dice Caravaggio que todo cuadro es una cabeza de Medusa y todo pintor un Perseo. Y en eso anda Palenzuela, acuchillando y mortificando lienzos y soportes; sepultándolos y sometiéndolos a cargar emplastes de óleos que a veces surgen a borbotones como cráteres incontinentes que desdibujan líneas y márgenes para configurar imágenes que sólo existen en la mirada de quien las observa. Más cerca del informalismo de Bram Bogart que del gesto coreográfico de Jason Martin.

Lo hace desde el desencanto lúcido, la lucidez no afectada de quien observa a la muerte sin miramientos y al espanto sin bajar la vista. Atento espectador de la opulencia pornográfica de la naturaleza e indigente de casas pompeyanas donde Dumas reinventa el término.

Sus interiores reflejan la lealtad del autor por el espacio imaginado frente a la itinerancia de los espacios físicos por los que ha transitado. Para deambular por sus espacios, en 1999 se subió a una moto de la que aun no se ha bajado. Que al igual que sus interiores, ha cambiado físicamente y de matrícula, pero la creación imaginada sigue siendo la misma. Las humedades de sus interiores supuran desasosiego, más allá está la Impúdica naturaleza, desbordada de cualquier margen, siguiendo la brecha de Hodgkin que pinta sobre el marco enfatizando el hecho de pintar sobre el objeto, y movimientos de vanguardia ligados al expresionismo, que han intentado releer y reinventar el soporte. Palenzuela dinamita el marco y maltrata el soporte, desborda los márgenes que nunca lo fueron para desarrollar paisajes accidentales, escenas ácratas y caprichosas en las que el soporte abollado sólo se intuye, pero no delimita, entrando en rebeldía con todo tipo de encuadre.

Sus Mares no evocan, precipitan oleajes que se desparraman y se retiran cuando llegan a los pies del espectador, provocándonos mal de tierra. En alguna de estas piezas, se debe estar atento a no dejarse llevar por la mancha engañosa, porque nada tienen que ver con las serenas aguas estancadas de Monet. Las de él son inquietas como la ansiedad de un titranopia hambriento, condenado a la búsqueda continua de su dosis invisible.

La cualidad escultórica de su pintura, es sólo eso: una cualidad de su pintura. Y no la pierde, incluso cuando baja el volumen y reduce materia, con un impasto más cercano a Nicolas de Staël. Con brocha malcriada y gesto canalla, esta es la obra de alguien que ha sabido pasar por la academia, sin por ello perder la mirada infantil pero no ingenua, la misma que llevó a Cezanne en regresión, hasta los paisajes de su última época.

Espátula deslenguada con discurso coherente, de lenguaje mordaz que defiende su mensaje con vehemencia. Por sus obras lo absolverán. Su pintura no requiere explicaciones, no necesita palabras, ni prospecto, ni manual de instrucciones porque con su lenguaje lo dice todo, así que me callo.


Pepa Sosa
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