Juan Carlos Batista · No verlas venir
Juan Carlos Batista · No verlas venir
16 Jun - 22 Jul 2023
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Overview
La expresión «no verlas venir» es una observación clásica en nuestra historia más reciente. Infinidad de conflictos y acontecimientos se han sucedido a lo largo de la modernidad, y en numerosas ocasiones, han sido valorados como ejemplificaciones de la idea de progreso de la historia. Se pensaba que nuestras sociedades avanzaban —imparables— hacia un futuro mejor, pero a lo largo de este proceso, la barbarie acampó a sus anchas. También los siglos XX y XXI son muestra fehaciente de esta condición y, sin embargo, situados en nuestro presente más inmediato, parece que no somos capaces de ver que las huestes de la irracionalidad acechan de nuevo. Quizás, nunca terminaron de marcharse.
No verlas venir es, por todo ello, el título de la última exposición de Juan Carlos Batista (Tegueste, 1960). El sentimiento de decepción ante un pasado no clausurado que se vuelve a repetir, toma forma a través de la representación de los desastres de la guerra. Igualmente, otro artista canario, Manolo Millares, trazó una línea de color rojo entre su presente franquista y el mundo aborigen desaparecido de sus islas, la Inquisición y la Guerra Civil. Batista recoge el testigo de este pintor y se apropia de su obra para transformar la topografía del desastre en imágenes distorsionadas digitalmente. La apropiación es —en manos de nuestro artista— una declaración de intenciones que le permite oscilar entre la destrucción y la construcción de una nueva imagen que se recrea en la confusión premeditada. Los fragmentos de la obra originaria aparecen combinados con siluetas de toros de lidia, balones o armas. Un retrato desencarnado de nuestra situación política y social que tematiza la compleja relación que se da entre un pasado no resuelto y un presente que se adormece mientras contempla los productos de la industria cultural. Asimismo, la alteración de dos grabados de Durero continúa la misma lógica discursiva, pues las obras intervenidas de este pintor alemán, realizadas en papel y tinta china, actúan como símbolo de la exigua situación en la que se encuentra Europa tras los últimos acontecimientos políticos mundiales.
Además de esta obra gráfica, un conjunto de esculturas prosigue la línea de la serie titulada Lucro y desmán. Estas piezas materializan la colonización que ejerce cualquier conflicto bélico sobre el territorio a dominar. Batista se apropia de pequeñas y medianas tallas de artesanía provenientes de África y de otros países, y sobre ellas despliega un interesante desarrollo conceptual que señala el cinismo de Occidente. Muchas de estas piezas de madera son un trasunto de antiguas estatuas y figurillas que actuaban como objetos de culto, que, tras la colonización, fueron reducidas a meros objetos de contemplación estética custodiados por museos. Ahora —tal y como nos narra Las estatuas también mueren— estas creaciones artesanales han terminado por ser reflejo de la producción capitalista, que requiere de una fabricación a gran escala de las mismas para así colmar la necesidad del souvenir de las personas turistas. El golpe de efecto final se produce cuando el artista deconstruye cada una de estas tallas en infinidad de fragmentos y los vuelve a reunir para crear una nueva escultura. Con esta acción otorga a estos particulares objetos de una nueva función: ser una obra de arte.
Esta ambivalencia caracteriza la exposición No verlas venir. La obra de Batista construye sólidos equilibrios de tensión que le permiten plantear interrogantes sobre la transmisión de la historia y sobre el papel que pueda tener el arte en todo este proceso. La apropiación que practica nuestro artista se convierte, en última instancia, en una posición política, pues éste interviene su presente a partir de la alteración que ejerce sobre las imágenes que dan cuenta y construyen dicho mundo.
Verónica Farizo
No verlas venir es, por todo ello, el título de la última exposición de Juan Carlos Batista (Tegueste, 1960). El sentimiento de decepción ante un pasado no clausurado que se vuelve a repetir, toma forma a través de la representación de los desastres de la guerra. Igualmente, otro artista canario, Manolo Millares, trazó una línea de color rojo entre su presente franquista y el mundo aborigen desaparecido de sus islas, la Inquisición y la Guerra Civil. Batista recoge el testigo de este pintor y se apropia de su obra para transformar la topografía del desastre en imágenes distorsionadas digitalmente. La apropiación es —en manos de nuestro artista— una declaración de intenciones que le permite oscilar entre la destrucción y la construcción de una nueva imagen que se recrea en la confusión premeditada. Los fragmentos de la obra originaria aparecen combinados con siluetas de toros de lidia, balones o armas. Un retrato desencarnado de nuestra situación política y social que tematiza la compleja relación que se da entre un pasado no resuelto y un presente que se adormece mientras contempla los productos de la industria cultural. Asimismo, la alteración de dos grabados de Durero continúa la misma lógica discursiva, pues las obras intervenidas de este pintor alemán, realizadas en papel y tinta china, actúan como símbolo de la exigua situación en la que se encuentra Europa tras los últimos acontecimientos políticos mundiales.
Además de esta obra gráfica, un conjunto de esculturas prosigue la línea de la serie titulada Lucro y desmán. Estas piezas materializan la colonización que ejerce cualquier conflicto bélico sobre el territorio a dominar. Batista se apropia de pequeñas y medianas tallas de artesanía provenientes de África y de otros países, y sobre ellas despliega un interesante desarrollo conceptual que señala el cinismo de Occidente. Muchas de estas piezas de madera son un trasunto de antiguas estatuas y figurillas que actuaban como objetos de culto, que, tras la colonización, fueron reducidas a meros objetos de contemplación estética custodiados por museos. Ahora —tal y como nos narra Las estatuas también mueren— estas creaciones artesanales han terminado por ser reflejo de la producción capitalista, que requiere de una fabricación a gran escala de las mismas para así colmar la necesidad del souvenir de las personas turistas. El golpe de efecto final se produce cuando el artista deconstruye cada una de estas tallas en infinidad de fragmentos y los vuelve a reunir para crear una nueva escultura. Con esta acción otorga a estos particulares objetos de una nueva función: ser una obra de arte.
Esta ambivalencia caracteriza la exposición No verlas venir. La obra de Batista construye sólidos equilibrios de tensión que le permiten plantear interrogantes sobre la transmisión de la historia y sobre el papel que pueda tener el arte en todo este proceso. La apropiación que practica nuestro artista se convierte, en última instancia, en una posición política, pues éste interviene su presente a partir de la alteración que ejerce sobre las imágenes que dan cuenta y construyen dicho mundo.
Verónica Farizo