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Habaneras es un canto a la ciudad como icono de libertad. En un país rigurosamente vigilado, estos habitantes de la capital cubana, que retraté en viajes veraniegos entre 1999 y 2001, convierten su apariencia en un acto de desacato, su identidad sexual en un campo de batalla. Ante el derecho universal de cualquier persona a ejercer su identidad, pese a las inclemencias de la naturaleza y de la historia, la metrópolis se erige -en contraposición a lo rural- en el mejor refugio. Y la vivienda, en el otro yo. En ellas unos personajes, entre el glamour y la clandestinidad, entre la penuria y la persecución, expresan con orgullo y melancolía su diversidad: transformistas tras el estrellato del play-back y travestis tras la supervivencia nocturna.

Recreándome en la estética decimonónica de las cajas de puros habanos, reescribo en los márgenes de cada retrato una simbología nacional cubana a modo de cenefa u ornamento: la palma real, imagen tropical de la isla, junto al tocororo, el pájaro cuyos colores coinciden con los de la bandera de la nación. Conviviendo con esta mitología tradicional he incluido la efigie del Che de una moneda de 3 pesos y la estrella de cinco puntas de otra de 1 peso del orwelliano 1984. E incluso, un camello (un camión autobús), emblemático signo urbano de la lucha por la vida cotidiana en La Habana.

Habaneras es un retrato interior con una música callada de fondo: la del son de los turistas del primer mundo acudiendo al resplandor de una capital convertida en explotación a cielo abierto de una patria cuya revolución ha logrado erigirla en una gran potencia sexual. ¿De dónde serán las cantantes? ¿De qué vivirán las artistas?

(Texto escrito por Miguel Trillo para la hoja de sala de la exposición homónima que tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, durante el festival PhotoEspaña 2005, con comisariado/curadoría de Horacio Fernández).
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